Érase una vez que paseando por la orilla del Lago Llanquien en Chile tras una fuerte tormenta, al pasar junto a un parterre, formado por preciosas flores andinas, encontré un pequeño rosal ajado por la lluvia y, quizás, por el fin de su temporada floral.
Pero he aquí que veo una pequeña rosa solitaria, que me miraba como solicitando protección. Me agaché, saqué la cámara y el macro 100 con el fin de acariciar la toma. Me dispongo a trastear el foco y oigo una voz angelical que me dice: "Pero bueno, y eso también lo vas a fotografiar, a ti te gusta todo". Esta angelical voz es la de Herminia, mi amada y sufrida esposa, porque si tuvieramos que definir el sufrimiento, se podría decir que es el de ser compañero/a de un fotógrafo.
Por unos segundos rompí mi concentración, pero instantes seguidos volví en mí y me dispuse a enfocar. ¡Oh, maravilla! al ver que la rosa desprendió dos lágrimas y a las flores del hermoso parterre las ví como un espectro.
Hago la instantánea, giro la cabeza y le digo a Herminia: "Nena, he visto las lágrimas de una rosa". Lo que me contestó, lo dejo para la segunda entrega.

Para mayor tamaño:
<a href="
http://www.pix8.net/pro/pic.php?u=20037YD85x&i=959908"><img src="
http://www.pix8.net/pro/pic.php?u=20037YD85x&i=959908" border="0"></a>